Un día, Lázaro, arquitecto y padre de familia, es secuestrado y encerrado en una pequeña habitación de apenas tres metros cuadrados. Aislado del mundo exterior, el único contacto que tiene con este es la música que emana de una vieja grabadora. Diariamente recibe agua y comida de sus secuestradores, pero cada día que pasa, Lázaro es consciente de que apenas hay posibilidad de salir de ahí. Además, es obligado a dar información sobre su familia, lo que le deja al borde de la depresión y la muerte. 

Sin embargo, pronto se dará cuenta de que sigue siendo un hombre libre, pues su voluntad de vivir y su corazón no han sido secuestrados. Por eso, a partir de ese momento, Lázaro traza un plan estratégico de supervivencia para mantenerse ocupado y seguir siendo fuerte, para no perder nunca la esperanza de volver con su familia. Entre sus actividades, se encuentran el rezo, la pintura sobre la pared, la lectura de la Biblia y los recuerdos felices junto a su familia y su esposa.